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Mis cómplices

 

Salimos temprano en la noche a eso de las once, queríamos rumbear e ir a conocer varios sitios de moda en la ciudad. Nos vestimos con ropas insinuantes, apropiadas para estas ocasiones, y al estar listos nos fuimos a buscarlo como ya habíamos hecho antes. Nos estábamos acostumbrando a estas rumbas clandestinas entre ellos dos y yo.

 

Primero fuimos a sentarnos un rato en un pequeño bar donde en esa oportunidad las cosas estaban tranquilas. Sin embargo, empezaron a sonar tambores brasileños y no aguantamos, nos pusimos de pie para bailar en trío al ritmo de la samba, con movimientos que hacen volar la imaginación.

 

Luego de unas cervezas, Carlos pegó un grito desesperado, "¡vámonos a la disco!" 

 

Y así fue.

 

Llegamos, y la emoción por entrar ya nos embargaba. El lugar estaba repleto, niños divinos, niñas divinas, y yo acompañada de los chicos más sexys y divertidos de la ciudad.

 

Apenas había espacio para bailar, nos rozábamos los cuerpos y mis manos se pegaban a los suyos como imanes. No podía dejar de acariciarlos mientas el baile y el calor se mezclaban con cuerpos sensuales, excitados, empapados de sudor y almizcle...

 

Sin darnos cuenta, todos en la disco compartíamos un momento mágico de placer y diversión. El sudor y el perfume se convertían en afrodisíacos que nos embriagaban, nos seducían, hipnotizaban. Pronto se creó un ambiente de cuerpos llenos de deseo.

 

Como siempre, ellos sabían dónde íbamos a terminar ...

 

Pronto estábamos los tres en nuestro apartamento, haciendo el amor como todos los fines de semana, en nuestra cama, donde yo los recibía a ambos extasiada, empapada, complacida, embriagada de deseo, y del pecado de la carne.

Entre los dos me desnudaban, chupaban y lamían mis pezones erectos, durísimos. Yo les desabrochaba los pantalones y sin darme cuenta ya tenía un pene en cada mano. Penes durísimos, grandes, hermosos... No pude evitar agacharme y llevármelos a la boca, chupárselos, sentir su miel entrar cálida en mi boca.

Uno me tomó por detrás mientras el pene del otro me follaba la boca, luego me lamían la vagina, yo seguía mamando, hasta que ya ellos no podían aguantar más y les pedí me llenaran la boca de su semen. Y así, saboreaba sus fluidos mientas me acababan en el rostro.

 

No hay nada mejor que salir a bailar con dos chicos guapos y listos para la diversión. Sobre todo, si uno de ellos es tu esposo y el otro, tu amigo de toda la vida.

 

Solo puedo decir que soy una mujer afortunada.

Fotos: Colette.com

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